Por: Bloguero Invitado

Ser blogger no me dio plata pero sí plenitud

Por Daniella Hernández Abello
@gastroglam

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Abrir un diario virtual fue como una válvula de escape para no oxidarme durante esos seis aburridos meses en los que me dediqué a entregar estrategias ficticias para departamentos de comunicación de empresas inexistentes. Ya para ese momento, mi fuente, la gastronomía, me había elegido a mí. De hecho me eligió durante la niñez, porque desde la época fui una golosa irremediable, pero esa es otra historia.

Un blog fue la manera más lógica de maridar las únicas dos cosas que –creo– hago bien: comer y escribir. Mi primera incursión fue Gastrosophie, una página en la que chapuceaba torpemente algo de crítica gastronómica, recetas y recomendaciones. Ese sancocho, ¡oh sorpresa!, caducó rápido. Demasiados temas en una misma plataforma condenaron aquel intento al olvido.

En 2013 me encontré de frente con el sobrepeso y eso me llevó a reaprender la forma como preparaba mis alimentos. Empecé registrando esos experimentos gastronómicos en mi cuenta de Instagram personal. El ejercicio me llevó a retomar el proyecto virtual que hacía rato había olvidado. Descarté el complicado nombre con el que lo bauticé inicialmente y adopté el de Gastroglam, con la suerte de que estaba disponible en todas las redes en las que tengo presencia (Facebook, Instagram, Twitter, Pinterest y más recientemente Snapchat).

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Desde ahí empecé a aprender y evolucionar. En el camino encontré un libro, que bien podría ser mi biblia bloguera, ‘Food blogging for dummies’, de mi extra talentosa colega estadounidense Kelly Senyei. Gracias a ella comprendí que eso que alguna vez fue mi válvula de escape, podía convertirse en una forma de trabajo y hasta en una fuente de ingresos.

Hoy, con un sitio web andando (www.gastroglam.co), una cuenta de Instagram con casi 30.000 seguidores, y páginas de Twitter y Facebook con casi 2.000 usuarios, puedo decir que no hay trabajo más gratificante que el de ser blogger. A veces es difícil explicarles a personas como mi papá, que ni prender un computador saben, que yo vivo de una página web donde comparto recetas.

Pero, por otro lado, recibo la compensación de una comunidad participativa y comprometida, “mis jefes”, como yo les digo. No hay plata que pague un comentario del tipo “hice esta receta y fue un éxito” o “gracias por ayudarnos a llevar una vida más saludable”. Y ahí está la belleza de ser influencer, en que sin tener el porte de Carolina Cruz, la voz de Martina La Peligrosa o la belleza de la Miss Universo Paulina Vega, puedo tocar las vidas de tantas personas. Personas sencillas, como yo, con celulitis, con estrés y con deudas, que descubren cómo es vivir saludablemente pese a los retos del día a día.

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Acerca de la autora

Daniella Hernández, @gastroglam, 26 años. Barranquillera, comunicadora social con ínfulas de cocinera saludable. Adicta irremediable del Pinterest y las uvas pasas.


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